7.3.08

Mapa del Faro de Oriente




Lateral Calzada Ignacio Zaragoza s/n. Iztapalapa. (Entrada por calle Pinos)

Como llegar en trasporte público
El Faro está entre las estaciones del Metro Peñón Viejo y Acatitla de la Linea A. Si te bajas en Peñon Viejo, sal del lado de Zaragoza que va en sentido al centro y camina dos cuadras en sentido contrario a los coches.

Como llegar en automóvil
Si vienes del centro, tienes que tomar av. I. Zaragoza rumbo a Puebla. Pasando la estación del metro Peñón Viejo, sales a la lateral para tomar el puente Amador Salazar. Al bajar del puente das vuelta en U para regresar a Zaragoza en el sentido contrario. Ya sobre Zaragoza, pasando una unidad habitacional de ladrillos rojos veras un edificio grande que es el Faro. Dobla a la derecha en la calle de Pinos para entrar al estacionamiento.

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9.11.07

Viejas noticias

Marzo 31, 2008
Tallersitas del Faro presentan obra de teatro en el Helénico
Con la dirección escénica de Israel Cortés y el diseño de producción, escenografía y vestuario a cargo de Marina Meza, Circo Raus presenta Clínica del odio. Los martes de abril a las 20:30 en el Teatro Helénico (Av. Revolución 1500), un desembarque de los equipajes creativos del Faro de Oriente.

Octubre 29, 2007
Escritor y periodista del Faro gana premio de la UNESCO
Con un cuento sobre Cartolandia y sus habitantes, Raúl Hernández Pedraza ganó mención honorífica en la "Primera convocatoria de cuento corto bajo el tema la violencia cotidiana", realizada por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, UNESCO. ¡Felicidades Raúl por este reconocimiento! Invitamos a los cibernautas a leer aquí el cuento premiado, La mansión de los perros.


Octubre 20, 2007
Colectivos del Faro ganan segundo y tercer lugar en el festival La noche de los alebrijes

Un multitudinario y alegre carnaval convocado por el Museo de Arte Popular (MAP) concluyó con la premiación a los mejores alebrijes, donde El colectivo Uroborus, encabezado por el tallerista Hugo Peláez, ganó el segundo lugar con el "Dragón de Tlön" y el colectivo Última hora ganó el tercer lugar con el alebrije "Libeluloide o metamorfosis de la Catrina". Arrolladora presencia del Faro de Oriente en el carnaval y gran pachanga por los premios obtenidos. ¡Muchas felicidades cartoneros del oriente!


Octubre 9, 2007
Ilustran nuevo suplemento del periódico La Jornada con obra de artistas del Faro

Unas intervenciones urbanas efímeras de Jonathan Cruz, fotografiadas por Ana Gómez, ambos del taller de medios alternativos, fueron seleccionadas para ilustrar el nuevo suplemento La Jornada del Campo. ¡Portada completa y reportaje principal! También fueron publicadas dos obras gráficas de Pablo López, tallerista de serigrafía. Una reflexión del taller sobre el maíz, concluyó en la difusión masiva del trabajo titulado Maíz transhumante. ¡Felicidades Jonathan y Ana!
Si quieres ver el proyecto completo, da click para ir al Album fotográfico del Faro. Si deseas conocer el suplemento, visita, dando click, La Jornada del Campo.


Octubre 9, 2007
Otorgan la beca Rockefeller a tallerista voluntaria del Faro

En el marco del 5to Festival Internacional de Cine de Morelia, se anunció que Iria Gómez, tallerista voluntaria de video documental del Faro, obtuvo la beca de la Fundación Rockefeller y LAPTV.
La beca apoyará el desarrollo de un guión escrito por Juan Pablo, también colaborador del Faro, el cual recupera experiencias y reflexiones motivadas por su participación en el Faro. En otras ediciones, se ha distinguido con este apoyo a nacionales como Guillermo Arriaga, Carlos Carrera y Juan Carlos Rulfo.


Septiembre 25, 2007
Seleccionan a la Compañía de danza para presentarse en la UNAM

La Compañía de danza contemporánea del Faro, coordinada por Trilce López, fue seleccionada para presentarse en el próximo festival que organiza la UNAM con motivo del Día de Muertos, conocido como Megaofrenda. La compañía presentará sus dos últimas coreografías. ¡Mucha suerte! ¡Seguro que los universitarios rugirán!


Septiembre 22, 2007
Premian a poetas del Faro de Oriente

Informamos que en el primer certamen Premio nacional de poesía Francisco Javier Estrada, los poetas Juan Manuel Dávila Tejeda y Emma Villa Arana, obtuvieron el primer y tercer lugar respectivamente.
Juan Manuel y Emma son alumnos del taller de poesía del Faro de Oriente que imparte Eduardo Cerecedo. ¡Muchas felicidades poetas de barco!


Septiembre 20, 2007
Invitan a tallerista del Faro a impartir curso en la Esmeralda

Taniel Morales fue invitado a impartir próximamente un curso de arte sonoro en la escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado La Esmeralda. ¡Buena suerte en tu nueva experiencia pedagógica, maestro!


Septiembre 14, 2007
Invitan a talleristas a presentar obra de teatro en Paraguay

Los talleristas de teatro y vestuario y producción del Faro, Israel Cortés y Marina Meza, fueron invitados a presentar su obra Clínica del Odio con la colaboración de la actriz Laura De Ita en la república de Paraguay. Dos presentaciones y, según nos cuentan, mucho éxito. ¡Felicidades!


Septiembre 20, 2007
Invitan a Taniel Morales a exponer en el Centro Cultural Estación Indianilla

El tallerista de pintura y medios alternativos del Faro presentó el pasado 20 de septiembre la pieza Autorretrato. Un dos tres por mi y por todos mis compañeros, en paralelo a la exposición de esculturas de la maestra Leonora Carrington. La pieza la puedes conocer dando clic aquí. ¿Quién esta ahí?


Agosto 20, 2007
Otorgan beca del FONCA a Marina Meza

La beca a jóvenes creadores del Fonca fue otorgada este año a Marina Meza, tallerista de vestuario y producción del Faro, en la categoría de diseño de escenografía, iluminación, sonorización y vestuario. ¡Solo dos becas otorgaron en esta categoría! ¡En horabuena! Y mucha suerte en el desarrollo del proyecto.


Junio 30, 2007
Los Rastrillos realizan tour por Canadá

Los rastrillos, grupo legendario del reggae mexicano, lidereado por el Zopi tallerista del Faro, fueron invitados a realizar tremenda gira durante el caluroso verano de Canada. En este segundo año de gira internacional no faltarán las transmisiones en vivo por Regaevolución, de Reactor 105.7.

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La mansión de los perros *

Por Raúl Hernández Pedraza

Hay quién le tiene miedo a la noche, a los fantasmas, pero nosotros los de Cartolandia nos tenemos miedo a nosotros mismos. En esta tierra sin vida, aislada y olvidada, nada parece posible. Nunca nadie contará las historias de los que aquí vivieron y le arrancaron esperanza al lodo. Personajes como el Calambres o el Cavernas quedarán en el olvido, lo mismo que Pablo, alguien a quien el odio y el salitre un mal día terminaron carcomiéndole la mente.

La historia de mi barrio comenzó exactamente el 22 de junio de 1993, cuando el municipio de Neza amaneció con una nueva calle en la colonia Esperanza. El terreno, que desde hacía 20 años era un corralón que ocupaba una manzana entera a un costado de la calle Dieciocho, a partir de esa mañana se convirtió en hogar de sesenta familias que se brincaron las bardas, atrincherándose entre la chatarra al grito de: “ ¡A mí nadie me saca vivo de aquí!”. El valor se los daba el recuerdo de las veces que la renta les había arrebatado la cena.

Estos hombres y mujeres llevaban casi cinco años planeando la toma del predio pero no acabaron de animarse hasta que no hubo más remedio. La mayoría era gente que había iniciado su vida en provincia y a la que alguien le había jugado la mala broma de decirle que en la ciudad le iría mejor.

Llegaron a Neza sin saber que aquí la tierra misma se resistía a ser conquistada. Que el lago de Texcoco se vengaba de los que querían poblarlo pudriéndoles las bardas y los cimientos de las casas con su salitre. Aunado a las fuerzas de la naturaleza, a los vecinos de la nueva calle también se les llenó el alma de envidia y una tarde, una mano anónima inició la quemazón. Toda la manzana con sesenta casas de cartón ardió sin que nadie hiciera siquiera una llamada a los bomberos.

__¡Eso les pasa por venirse a meter aquí perros!, gritaba una señora desde su hogar, riéndose de nuestra situación.

Al terminar el día el fuego se había tragado todo. Aunque ese todo fueran sólo una mesa, una cama y un ropero viejo. Hasta los triciclos de los niños terminaron fundidos unos con otros. Una imagen de la virgen de Guadalupe se salvó al caer en un charco de lodo y algunos pensaron que aquello era una señal, pero nadie le hizo caso. Nos hincamos ante lo único que nos había quedado: cenizas, puras cenizas.

Dicen las abuelas que el lugar donde se entierra el ombligo de alguien marca su destino. Yo creo que nuestros ombligos terminaron consumidos entre los carros viejos que después se llevaron, por eso nunca hemos logrado sentirnos parte de este barrio. Somos como judíos errantes, negando nuestra identidad y sintiendo que estamos de pasada.

Las mujeres mayores dicen que Pablo, mi vecino, nació con el ombligo enredado al cuello, lo que significa que su vida siempre estará marcada por la tragedia. Desde niño se enfermaba mucho. Unas veces era por el sol, otras por el agua, total que se hizo hombre a pura penicilina.

Cuando tenía como siete años, Verónica, su mamá, comenzó a trabajar fuera de casa, por lo que lo dejaba encerrado en el cuarto de la vecindad donde vivían. Un día el niño se escapó del cuarto y rompió la pista de carreras de un amiguito con el que jugaba. La mamá de éste, enfurecida, fue cobrarle el juguete a Verónica, quien se negó a pagarlo. El pleito se hizo grande. En medio de los golpes Pablo fue a dar contra un montón de vidrios que le cortaron la pierna a la altura de la rodilla, lo que motivó que a partir de entonces arrastrara el pie al caminar.

La trifulca terminó cuando Verónica apuñalo a la vecina, por lo estuvo encarcelada en el reclusorio de Santa Martha durante cinco años. Todo ese tiempo Pablo quedó a cargo de su abuela, una anciana sorda, que no le tenía mucha consideración.

__¡Ve con el señor José por jabón!, le ordenaba al nieto.
__Ahí siempre me echan pleito y me gritan de cosas, que si tengo la pata no sé qué, le respondía el niño.
__¡Que vayas, cabrón, saliste igual que tu puto padre!, gritaba la mujer poniendo fin a la discusión.

Con el tiempo el muchacho aprendió a defenderse, a pelear con la vida por un juguete. Cuando Verónica salió de la cárcel buscó un lugar donde vivir, pues no se llevaba bien con su madre. Para evitar que su hijo volviera a escapar, aparte de encerrarlo en el cuarto, lo amarraba a la pata de un sillón o de la cama con un pedazo de piola. Pablo se quedaba sentado observando el haz de luz recorrer todo el cuarto hasta que caía la noche. En ocasiones la madre olvidaba dejar prendida la luz por lo que el niño se quedaba a oscuras hasta su llegada.

Así vivieron hasta que Verónica encontró la calle Diecinueve, mejor conocida como Cartolandia. Cuna de ratas, arañas y moscas, sitio donde los perros hicieron su mundo, ya que jaurías enteras viven entre la chatarra y lugar donde las tolvaneras se llevan las esperanzas, junto con las láminas del techo.

Entrar a mi calle era como retroceder en el tiempo. Yo creo que por eso nadie de la colonia nos quería. Una noche la gente de la Dieciocho se organizó para desalojarnos. Un grupo de unas cincuenta personas se juntaron en una esquina para atacarnos. Estaban enfurecidos de no habernos ahuyentado cuando quemaron nuestras casas. Advertían que esta vez venían a sacarnos uno por uno.

Recuerdo que estaba dormido en el pedazo de cama que me tocaba cuando me despertó el grito de doña Mari:

__“¡Los niños, metan a los niños a mí casa!”, urgía a los mayores.
Nuestras madres nos metieron a todos a esa casa porque era la única de tabique.
Frente a la casa, los hombres, armados con polines, se dispusieron a defender a sus hijos.

Esa ocasión Pablo andaba perdido entre los jacales, que se habían convertido en una auténtica trampa. Todos nos dimos cuenta de que él no estaba pero nadie fue a buscarlo.

__Falta Pablo, ¿y ahora qué hacemos?, preguntábamos los niños a los adultos.
__Para saber donde anda el chamaco, ni su madre sabe. A esa mujer no le importa nada. Déjenlo, ¡que se pierda!, respondió una vecina.

Dicen que su mamá andaba trabajando, quién sabe. Lo cierto es que después del primer balazo se soltaron otros como aguacero. La trifulca se volvió enorme. Se escuchaban corretizas, rompedero de láminas, balazos y gritos por todos lados.
Al final del día una fila de granaderos entraron para dar fe de lo ocurrido.

__“¡Saquen a esos pinches perros!”, gritaban los agresores.
__¡Cállense o también nos los llevamos a ustedes!, les contestaban los policías.
__¿Y a nosotros por qué? Haz tu trabajo, son una bola de rateros y drogadictos, nomás míralos, respondían los otros envalentonados.

Perros, así llamaban nuestros vecinos al grupo de hombres y mujeres que luchaban por un lugar donde vivir.

Quién sabe cómo pero Pablo sobrevivió en medio de aquella batalla campal. Creció con nosotros y se convirtió en nuestro amigo. Era, como se dice, un güero de rancho, con el pelo color ceniza y flaco como palo. Los labios siempre los traía resecos, yo creo que de tanto mordérselos de la impotencia. Sus ojos reflejaban pura desesperanza, eran como los de un enfermo al salir a dar su última caminata.

Poco después de llegar a vivir a Cartolandia su mamá se juntó con el Casco, un hombre más joven que ella, que no tardó en agarrar al Pablo de bajada pegándole por cualquier cosa. Si se tardaba haciendo un mandado le gritaba desde la puerta:

__¡Apúrate idiota!
__Ya voy, es que había mucha gente, trataba de explicar el niño.
__Te estoy viendo desde hace rato y estabas platicando güey, gritaba enfurecido el Casco, mientras soltaba la primera patada.

Pablo no hacía más que arrinconarse, tratando de protegerse de los golpes.
Sus amigos nos íbamos para no seguir viendo como lo humillaban. Y para acabarla, encima de los trancazos, su mamá lo castigaba encerrándolo toda la semana.

Verónica tenía una extraña fijación por la pulcritud, así que Pablo tenía que trapear tres veces al día el piso que habían armado con lozas rotas, y después limpiar las decenas de monitos de caricaturas que había sobre la mesa, encima de la tele y de las alacenas. Luego debía pulir los muebles, decorados con carpetas tejidas y remendadas. Para limpiar las comisuras de los muebles y de los aparatos eléctricos usaban alfileres. Cada uno de los trastes que lavaba era revisado, y cuando encontraban algo mal se los azotaban por la cabeza. Total que el chavo siempre traía un trapo en la mano, por lo que se ofreciera.

_¿Qué onda Pablo, vamos a chutar?, le invitaba yo, tratando de sonsacarlo.
__Al rato, nomás acabo mi quehacer, respondía.
__¡Pablo, apúrate. Deja de estar chismeando como vieja, cabrón!, gritaba desde la casa su mamá, cuanto lo veía platicando.

Cuando escuchaba que le echaban bronca le sacaba plática a través de mi baño, que daba a su lavadero.

En aquella época Pablo ya tenía 17 años y estaba enamorado de Marta, una vecina.

__¿Ton´s qué con la Marta, Pablo?, le preguntaba yo.
__Me late canijo, pero ya ves que es bien apretada, me respondía.
__Invítala al cine y si te pones buzo a lo mejor le sacas un besote, ¿no?, le sugería yo.
__Simón, ¿verdad?. Deja veo, es que ando juntando lana, contestaba sonriendo.

La familia de Marta vivía en la Dieciocho y le habían enseñado a odiarnos.

__Yo no me junto con los jodidos, nos decía cuando intentábamos hacerle plática.
__¿A poco mucha lana?, la cabuléabamos.
__No, pero por lo menos sí tengo casa, nos recordaba sentada en las escaleras de su casa, enseñando sus piernas gordas que traían loco al Pablo.

El no perdía las esperanzas y cada vez que podía le daba poemas o le quemaba discos. Hacía su lucha dándole lo mejor de él. En aquellos tiempos hasta quería ir a la escuela pero El Casco no lo dejó.

__¡Eres un idiota! La escuela es para la gente, se burlaba.
__Además tienes que ayudarnos en la casa, ¿o qué, te van a pagar?, agregaba Verónica.

Y ahí seguía el Pablo, tras la maldita cerca que rodeaba su casa y que él mismo había construido. Cuando lo dejaban salir nos la pasábamos jugando futbol hasta la madrugada en una canchita. Esa era nuestra vida hasta que al Ayuntamiento se le ocurrió clausurarla.

A veces Pablo y yo dejábamos de jugar para observar como el Casco correteaba a Verónica con una manguera en la mano. Ella se hincaba, agarrándolo de los pies, rogándole que no la golpeara, pero eso parecía enfurecerlo más. No paraba de golpearla hasta que algún vecino intervenía.

Las golpizas se repetían seguido porque el Caso era bien celoso y siempre le andaba inventando amoríos a Verónica. Cuando veíamos las peleas ni Pablo ni yo decíamos nada. De alguna forma uno se acostumbra al maltrato. La sensación de vacío siempre aparecía, pero cada vez se quitaba más rápido.

Por ahí del 2000 comenzó a salir en los periódicos la noticia de las muertas de Neza. Mujeres violadas y mutiladas que aparecían en la periferia del municipio. Una vez más veíamos que en la tele nos colgaban la etiqueta de delincuentes. Por otra parte, también sentíamos miedo cuando nuestras hermanas salían a la escuela o al trabajo, no fuera que ellas terminaran convirtiéndose en víctimas. Sin embargo, con el tiempo dejamos de hablar del asunto, aunque siguieron apareciendo asesinadas. Cuando escuchábamos gritos lo único que hacíamos era cerrar bien la puerta de cartón de nuestra casa.

Por entonces a nadie le gustaba andar de madrugada en la calle, pero Pablo salía a las 6 de la mañana a vender hot dogs al paradero de microbuses que está en el Metro Santa Marta. Seguido llegaba con historias de gente que había sido asaltada, pero como el trabajo es el trabajo no regresaba a su casa hasta que salía el último microbús a las 11 de la noche.

Gracias a ese trabajo Pablo pudo acercarse a Martha, con la que ahora podía platicar sobre lo que tenían en común: el cansancio y la esperanza. Con el tiempo Marta se hizo su novia. Un día, en unos quince años, debajo de las bocinas de los sonideros que amenizaban la fiesta, se hicieron amantes. Decidieron hacer un cuarto junto a la casa de Verónica, pero al poco tiempo empezaron los problemas. Unas veces porque Marta se acababa el jabón de los trastes y otras porque a Verónica no le parecía como barría.

Un día el Casco, entrado en tragos, golpeó a Marta. La bronca se hizo grande porque la familia de la muchacha se enteró y se le dejó ir al agresor. Esa noche Verónica corrió a Pablo. Me lo encontré en la calle totalmente mojado y temblando de frío.

__¿Qué onda canijo, en qué acabó el pleitote por lo de tu chava?, le pregunté.
__Ese cabrón del Casco me las va a pagar. Me sacó mis cosas…
__¿Y ahora, qué vas hacer cabrón, dónde está Marta?, continúe.
__Me voy a ir vivir a la Catorce. Un velador me ofreció chamba. Yo creo que sí la armo con lo que me dé. Marta está ahorita con su mamá, pero no puedo ir a verla porque su familia no me quiere.

Nos fuimos a la tienda a comer unos panes fríos, mientras él me seguía contando sus planes.

Después de que Pablo dejó su casa llegó a vivir con doña Verónica Andrea, una chavita que no tenia dónde vivir. Aunque la mamá de Pablo decía que trataba de ayudarla, la verdad que tenia un pequeño bar y necesitaba una mujer joven que atendiera el negocio.

Andrea era una muchachita de 15 años, morena, chaparrita, con el pelo negro lacio hasta los hombros y ojos enormes, como su soledad. Le gustaba vestir faldas cortas. Después supimos que se salió de su casa por su carácter rebelde y vino a caer a Cartolandia porque a ella le encantaba bailar y aquí se hacían muchas fiestas. Su mamá fue varias veces a la casa de doña Verónica a pedirle que regresara, pero Andrea ni la escuchaba, feliz de ir y venir a sus anchas.

A Verónica le gustaba tomar con los chavos del barrio. Invitaba a los que tenían entre quince y veinte años a las fiestas que terminaban en la madrugada. Andrea también terminó aficionándose a la bebida, como su protectora.

Con el tiempo Verónica perdonó a Pablo y este empezó a ir a visitarla, y al poco tiempo también se unió a las fiestas. Por entonces los festejos se organizaban más fácilmente porque nos pusieron teléfono en el barrio y no había que ir a buscar uno de monedas hasta la avenida. No teníamos dirección pero sí un número telefónico.

Después de ocho años el gobierno regularizó el barrio y nos dio créditos para pagar los terrenos. Eso sí, después de muchas comidas con diputados y achichincles, y de un montón de marchas de apoyo a cuanto político se les ocurría. Al poco tiempo un vecino empezó a levantar una gran casa. Alguien dijo que era narco. Luego construyeron otra y otra y otra, hasta que la calle se volvió irreconocible.

A finales del 2004 empecé a estudiar lejos del barrio y ya casi no veía a Pablo. Cuando lo encontraba nos daba gusto vernos. Platicábamos de todo, sobre todo de nuestra niñez, de cuando llovía y el granizo reventaba las láminas de cartón o de las ocasiones en que Armando, en medio del aguacero, salía encuerado con unas tijeras para cortar el cielo, mientras su abuela quemaba palmas y todo para que amainara el agua.

Pasó el tiempo y un día la policía hizo una redada en mi calle y sacaron un montón de cosas robadas y de droga. Al Chino, por ejemplo, lo dejamos de ver. Se fue para el otro lado porque sacaron a un tipo de su casa que según esto se encontraba secuestrado. Muchos de mis vecinos de entonces vendieron sus casas y al poco tiempo uno ya no conocía ni al de al lado.

El 6 de febrero de este año al llegar a la colonia como a las 11 de la noche vi un montón de patrullas estacionadas frente a la casa de Pablo. Una señora lloraba igual que el día de la quemazón. Otros más susurraban. Enseguida vi como subían a mi compa a una patrulla. Recuerdo que traía sus tenis de siempre y se veía sereno. “Seguro andaba metido en el robo de autopartes o le pegó a su mujer”, pensé, mientras caminaba rumbo a mi casa recordando aquella ocasión cuando corríamos juntos por las cubetas de agua mientras se quemaban nuestras casas y de cómo terminamos al final del día con los brazos adoloridos de tanto jicarear.

A la mañana siguiente fui a la tienda a comprar huevos para el desayuno y me enteré de que Pablo había violado y golpeado salvajemente a Andrea hasta sacarle un ojo. La amarró y con un tubo le rompió todos los huesos hasta que se quedó sin fuerzas. No escuchó los aullidos de la muchacha ni atendió sus súplicas. Es como si el diablo se hubiera apoderado de él.

__Yo por eso no entro a esa calle. Son unos pinches perros, me dijo la señora del abarrote al darme el cambio.
__¿Ya sabes lo que hizo Pablo?, me preguntó mi mamá al regresar a la casa.
__Sí, que no ves que esta es la mansión de los perros, le respondí.
En ese momento me di cuenta de quienes éramos.

Ahora Pablo está en el Reclusorio Oriente pagando lo que hizo aquella noche de febrero. Un día donde la noticia más relevante en el país fue que un comando de narcos ejecutó a siete personas en Acapulco y donde las primeras planas internacionales se las llevó el intento de asesinato de la astronauta gringa Lisa Marie Nowak contra su rival en amores. Lo que venía en los periódicos eran crímenes de altura. La historia de Pablo apenas quedó consignada en la nota roja de periódicos mexiquenses de escasa circulación.

Al poco tiempo de estar encerrado Pablo fue a parar a urgencias por las golpizas que le dieron en prisión. La gente platica que las pagó la mamá de Andrea. También cuentan que ha sido violado varias veces por encargo de la señora.

Doña Verónica no para de contar a todo mundo el horror que vive su hijo.
No creo que Pablo sepa lo que hizo. Marta, su mujer, me ha contado que cuando va a visitarlo se la pasa preguntándose qué le pasó, que lo llevó a cometer tal crimen. Todos paren olvidar que los hombres somos lo que nos enseñan, y que para Pablo la violencia siempre fue parte de su vida. Vivió como un perro, y como tal se pudrirá en la cárcel.


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* Cuento premiado con mención honorífica en la "Primera convocatoria de cuento corto bajo el tema la violencia cotidiana", realizada por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, UNESCO. Octubre de 2007.

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6.10.07

Faro de Oriente: rumbos y voces

Diagnóstico sobre el sentido del Faro de Oriente,
basado en entrevistas cualitativas a su comunidad.

Testimonios para una construcción
del camino desde la práctica


Por Christian Santeri, Claudia Ríos y Mariano Andrade


I. Introducción

Escuchar a los tripulantes: se hace sentido al andar

El presente trabajo surgió ante la necesidad de construir un diagnóstico participativo de la comunidad del Faro de Oriente, acerca de lo que constituye este espacio en términos culturales, artísticos, vitales, económicos, sociales, políticos. Aunque parezca mentira, tratándose de un proyecto social del gobierno del DF y de todas las precauciones que la política correcta de estos tiempos indica acerca de la pertinencia de escuchar a la gente, ésta era la voz que faltaba en términos del sentido de este espacio cultural. Hablamos, claro, de sentido: del valor presente, vivencial, de uso, relación e intercambio que el Faro tiene para cientos de usuarios, talleristas y promotores, que habitándolo cotidianamente, lo constituyen; no del capital simbólico y la visibilidad que representa para los que, desde las oficinas, deciden puestos, presupuestos y doctrinas.
Se ha hablado mucho, de lo que el Faro representa en términos de los discursos académicos y periodísticos en boga. Se ha hablado sobre el Faro a partir de las esperanzas de sus fundadores, de las necesidades de justificación de agendas y políticas públicas, de las expectativas e intereses que intelectuales y funcionarios han fundado en esta “Fábrica de Artes y Oficios” enclavada en el corazón de las carencias y las luchas de la periferia de la Ciudad de México. Mientras tanto, a 8 años de su partida de ese puerto de buenas intenciones, la nave se ha poblado de una tripulación tan heterogénea como apasionada, que ha sostenido su rumbo y ha desarrollado su prolífico quehacer, muchas veces a pesar de las erráticas y por momento, indolentes administraciones, más preocupadas –como suele suceder- en réditos electorales, argumentos políticamente contundentes y eficacias estadísticas, que por el devenir concreto de las pequeñas historias cotidianas.
Era pues, necesario, retomar este sentido –bitácora y a la vez marca, hito, experiencia- de los hacedores: cientos de usuarios, talleristas y promotores culturales que habitan el Faro. Sentido que se hace al andar y en el propio cuerpo y por lo tanto, siempre problemático, urgente, atravesado de necesidades, entusiasmos, pasiones, éxitos y frustraciones. Sentido que, además, se constituye alrededor de una práctica más que de una teorización, planificación o dogma, acerca de lo que debieran ser las actividades de un centro cultural. Sin embargo, ahora podemos dar fe, el rumbo existe. El conjunto de habitantes de esta comunidad del Faro de Oriente, siente a esta casa como suya, tanto que algunos se refieren a ella como su verdadero o primer hogar. A muchos, literalmente, les ha cambiado la vida. A casi todos, les permite entrever que la existencia es algo más –más noble, deseable, cercano y amoroso- que la frenética carrera por la supervivencia en una sociedad donde imperan leyes que tienen la crueldad de la naturaleza, pero nada de su exhuberancia vital.
La proximidad con esas necesidades, encuentros y transformaciones, la práctica cotidiana con este quehacer colectivo, mediado por disciplinas estéticas y cierta vocación común de reunir lo artístico y lo social, ha hecho que los talleristas desarrollen, muchas veces intuitivamente, una pedagogía de la relación y el aprendizaje significativo. La desconfianza respecto de los parámetros académicos y escolares, han hecho del placer, el respeto y el compromiso con el trabajo y el grupo, la única ley inmutable. Una ley que, además, jóvenes y descastados de cualquier latitud saben respetar mejor que cualquier imposición externa.
Por último, la libertad y amplitud de criterios de los directivos, han hecho que su intervención sea la mínima necesaria para mantener unida esa comunidad en un ambiente de tolerancia, respeto y en el último año, de creciente participación en la elaboración de una serie de pautas de convivencia y autogestión que fraguaron en un documento que, por desgracia, se cubre de polvo en los archivos de la Secretaría de Cultura: las Normas Democráticas del Faro de Oriente.
En el año 2007, los cambios de directivos, las fintas de intervención de la nueva camada de funcionarios en el último año, las incertidumbres y temores que también aparecen reflejados en el diagnóstico y la urgencia de las nuevas autoridades por argumentar y justificar estas actitudes en el marco de nuevos programas, sembraron el desconcierto y la intranquilidad. Más allá de simpatías o rechazos, la preocupación es que no se respete este proceso interno de auto-construcción, para reemplazarlo por más o menos justificados argumentos que pretenderían, a su vez, justificar las políticas del sexenio. Triste historia que el país ha sufrido en todos los ámbitos, bajo las mejores o peores intenciones de funcionarios que se sienten patrióticamente obligados a dejar su huella en la historia, ignorando las íntimas dinámicas de sus gobernados.
No queremos ser románticos ni ingenuos, el Faro es una dependencia perteneciente a la Secretaría de Cultura y como tal es de esperar la injerencia de esta institución. Sin embargo, también es un espacio de inusual ejercicio de la libertad creadora, que ha abierto los ojos a miles de ciudadanos acerca de los bienes de algo que, como la cultura, subyace a lo social y lo político para arraigar en el alma de los pueblos. Por lo demás, como en cualquier comunidad, las tensiones y los conflictos existen, pero podemos afirmar y este primer diagnóstico nos parece una prueba de ello, que los acuerdos y la voluntad de autodesarrollar este espacio, constituyen un común denominador que permite formular dos preguntas cruciales: ¿no debe una comunidad cultural procurar su autogestión y autodesarrollo? y ¿no debiera un gobierno comprometido con la autoorganización de la sociedad civil, brindar los medios para que esto suceda, primordialmente en el campo de la cultura y sobre todo, cuando el campo de encuentros, prácticas y relaciones se muestra favorable?
Los testimonios que mostramos en la siguiente batería de cuestionarios, sin duda incompletos, pretenden ser un primer paso en el camino de la autogestión. Un camino que señala algunas convergencias, cuestionamientos, actitudes, problemas comunes a los habitantes del Faro, en un proceso de construcción que lleva ya ocho años. Su valor no es estadístico, ni reclama una objetividad o totalidad imposible de lograr con los medios utilizados: una serie de pláticas con personas escogidas en función de su accesibilidad, pero que intentan cubrir en su variedad, un abanico de posiciones diversas, tanto de alumnos como de promotores y talleristas.
El valor de estos testimonios radica pues en dos aspectos: primero, en su capacidad de expresar ciertas coincidencias, que permitan hacer conciencia de que existe una identidad, un proceso y ciertas búsquedas comunes en la comunidad del Faro y segundo, que interpelen a la comunidad para incentivar una búsqueda de argumentos que fundamenten una acción cada vez más colectiva y orgánica a favor de la autogestión. Es por ello que el documento culmina con una propuesta de seguimiento, que, desde la reflexión y el reconocimiento propio, intenta profundizar y brindar continuidad a esta construcción interna que comienza por reconocer una práctica, un proceso y un conjunto de sentidos, reflexiones y quehaceres que, más allá de los discursos, más acá de las esperanzas y antes que cualquier plan, constituyen, hoy por hoy, tanto el presente como una potencialidad de futuro en el Faro de Oriente.

II. El método
Reflejando la luz del Faro

El objetivo original de este trabajo fue construir un diagnóstico participa-tivo de las prácticas y relaciones que hacen del Faro un modelo especial. El método utilizado surgió a partir del diálogo de los participantes y el análisis de diversas problemáticas planteadas en el ámbito de la cultura, la pedagogía y el arte, en sus relaciones con lo político, lo social y lo económico . Esto nos llevó a construir un proceso de acercamiento a la realidad del Faro, basado tanto en posturas teóricas, como en su confrontación con la experiencia que cada uno de nosotros teníamos como talleristas, usuarios e interlocutores de la comunidad. Todo este bagaje de vivencias, discutidas y reflexionadas en grupo, nos llevó a plantear un esquema de trabajo que se materializó en diversos momentos, que enumeramos y argumentamos a continuación:

1. Identificación de ejes temáticos a partir de los cuales es posible recuperar y comprender la práctica cotidiana en el Faro. La experiencia previa, hizo que se consideraran cuatro grandes campos de investigación: la pedagogía de los talleres, el arte y su relación con lo social, político, cultural, económico e histórico, el significado y apropiación del Faro por parte de sus usuarios y la organización interna.
2. Confección de los instrumentos de trabajo: elegimos realizar cuestionarios, abiertos y seguir una metodología cualitativa en función de: a) la importancia de recuperar datos, matices, discursos, opiniones, sugerencias en relación con la experiencia de cada uno, y b) las entrevistas cualitativas permiten conocer no sólo los datos presentes, sino las expectativas, ilusiones y esperanzas, lo que nos permite aproximarnos a una visión potencial del Faro.
3. Aplicación de entrevistas: se privilegió un esquema de preguntas abiertas con el fin de dar cabida a la subjetividad del entrevistado(a) y no limitarlo a parámetros previos. La población entrevistada fue escogida por representar diversas actividades, áreas, intereses, edades y clases sociales, dentro de los usuarios del Faro.
4. Readaptación de líneas de trabajo a las nuevas pautas surgidas en el encuentro con el otro: a partir de las entrevistas, se pusieron de manifiesto nuevos ejes temáticos, que nos permitieron una mejor comprensión de las problemáticas existentes. Se incluyeron así: los ejes de propuestas, que permitieron enlistar una serie de acciones concretas sugeridas por los miembros; los productos, que brindaron la oportunidad de señalar la heterogeneidad, muchas veces ignorada, de actividades, expectativas y logros de cada taller. También nos dimos cuenta de que había ciertos fenómenos, que aunque estaban enmarcados en el ambiente lúdico y la actividad estética de los talleres, no necesariamente tenían una relación directa con la actividad artística. Por ejemplo, la asombrosa capacidad de los talleres para hacer que convivan generaciones distintas en un mismo ambiente. Esto justificó la separación de los ejes relacionados con: lo político, lo social y lo económico, que recogen preocupaciones y motivos de reflexión que parten de la convivencia en el Faro y se vinculan con su peculiar modo de desarrollar relaciones y prácticas en los talleres.
5. Resumen de opiniones por cada grupo de actores: que permite una visualización más rápida de coincidencias, complementariedades y sugerencias.
6. Conclusiones preliminares: donde además de integrar los discursos de diversos actores, se incluye también una interpretación de los autores, basada en la experiencia de las entrevistas y también en la historia personal de sus actividades en el Faro.
7. Sugerencias para la continuidad del proyecto de construcción participativa: necesarias en función de lo limitado de este diagnóstico pero también, en la idea, sugerida ya en la introducción, de que el mismo no es más que un primer paso en el sentido de la discusión participativa de ciertas problemáticas, captadas en este diagnóstico. Discusiones que a la vez, tienen como horizonte, la conformación de una suerte de congreso constituyente, destinado a dotar al Faro de un cuerpo de doctrinas, acuerdos, discusiones y reflexiones que apoyen, tanto su devenir como centro cultural, como su reaplicación como modelo.

III. Objetivos
Brújula, puertos y destinos

Ya dijimos desde el principio que este trabajo se concibe como un primer paso hacia un horizonte de construcción participativa. El diagnóstico muestra los síntomas de una autoconciencia en relación con la identidad del Faro. Los ocho años de navegación permiten a sus tripulantes trazar una bitácora de rumbos y horizontes compartidos y este proceso merece ser escuchado por aquellos que desde las instituciones poseen la responsabilidad de desarrollarlo, fomentarlo, fortalecerlo.
En términos netos, el objetivo de este trabajo es realizar un diagnóstico participativo de los significados, las potencialidades y las relaciones y prácticas que se desarrollan en los talleres y la convivencia cotidiana en el Faro.
¿Cómo se debería organizar el Faro en relación con su comunidad?, ¿qué tipo de relación debería ésta tener con las autoridades?, ¿cómo aprovechar la experiencia pedagógica de los talleres?, ¿qué, de lo que existe actualmente en el Faro es susceptible de convertirse en modelo a ser aplicado en otros Centros Culturales con esas características?, ¿ qué en el Faro, aún falla o es susceptible de ser transformado, siguiendo el mismo proceso de desarrollo que le impone su dinámica interna?, ¿qué aprendizajes pueden extraerse de la actividad estética y artística del centro y qué relación tienen éstos con sus otros logros como espacio social de convivencia?. Estas son algunas de las preguntas que abordamos y contribuimos a plantear. Este trabajo sólo alcanzará su meta última si estos problemas desatan una discusión y reflexión hacia el interior del Faro, que permitan trazar nuevos rumbos y desarrollar los existentes.
Estamos conscientes de que el Faro es en gran medida, como lo advierten algunos de los entrevistados, una especie de laboratorio estético, social y cultural, por lo tanto, no podemos dar a todas estas preguntas respuestas definitivas, más bien, les incumbe a sus mismos protagonistas el seguir profundizándolas.
El objetivo último de este primer paso es entonces, generar otros movimientos en el mismo proceso de construcción. El horizonte es imposible de prever. Algunos entrevistados llegan a afirmar que el Faro, a través de su actividad estética, lúdica, creativa, expresiva, constituye en sí una obra de arte que apunta a convertirse, como lo menciona alguno de los entrevistados, en “una especie de maqueta de lo que es la sociedad, pero mejorada, recargada”.
Antes de soslayar estas afirmaciones como ingenuas o románticas, valdría la pena darles su oportunidad, en el conjunto de expresiones, tendencias y voluntades que cotidianamente construyen este espacio, para alcanzar su madurez y desde allí, proyectar su luz y su significado.

IV. Cuadro resumen
Las Voces del Faro: armonías y contrapuntos

En el anexo 1 se presenta una síntesis de los testimonios que juzgamos más representativos, según los ejes temáticos planteados a tres diferentes tipos de actores: talleristas, promotores y usuarios (alumnos) del Faro de Oriente. Se muestran también, algunas de las frases que dan vida y forma al momento histórico por el que transita el Faro.

V. Conclusiones preliminares
Atando cabos

Presentamos aquí algunas conclusiones preliminares basadas en la relación de los diversos testimonios entre si y con la experiencia cotidiana de los talleres del Faro. Intentamos remitirnos siempre a las palabras, motivos y propuestas de los entrevistados. Los ejes temáticos siguen siendo nuestro hilo conductor y las reflexiones que siguen surgen de la complementación, el contraste y en ciertos casos la interpretación de lo dicho, fundamentados en el conocimiento adquirido como usuarios y talleristas del Faro.
A continuación ubicamos con un título general los temas que se presentan y a través de subtítulos referimos una pluralidad de ideas y discusiones que surgen de los testimonios.

V.1 Significado del Faro

El Faro como primera/segunda casa
Muchos usuarios y trabajadores del Faro se refieren al mismo como su “segunda casa”, no sólo en relación con el tiempo que pasan en el centro cultural, sino también como lugar de desarrollo interior, intelectual y físico. Lo comunitario, colectivo, de la forma de trabajo en talleres, también nos acerca a connotaciones en donde se presenta el espacio como una suerte de hogar familiar, centrado en la convivencia, en la solidaridad, en el compartir experiencias y en el encuentro con personas diversas, diferentes, una cercanía poco común en una ciudad tan grande y por momentos impersonal como lo es el Distrito Federal.

El Faro como espacio adictivo
Las referencias a un espacio “adictivo” también tienen que ver con el hecho, tal vez contradictorio, de encontrar en el Faro ciertas rupturas de lo cotidiano, entendido como el deambular habitual en la ciudad y la exposición a exclusiones, limitaciones, órdenes y pautas externas que suelen ser la experiencia cotidiana de los sectores marginados o desfavorecidos, particularmente de los jóvenes en nuestro medio. Lo adictivo, en los discursos relacionados con este espacio, se vincula con encontrar allí un ambiente distinto, donde lo creativo, lo expresivo es acogido, desarrollado y hasta requerido, por sus pares, por sus maestros, por la índole del ambiente en que se desenvuelven. Una vez encontradas estas alternativas, parece como si no se pudiera prescindir de ellas, en lo cual puede vislumbrarse un síntoma de apertura de la personalidad a una potencialidad que la formación escolar ignora y restringe a las pautas de la domesticación apta para la reproducción de las prácticas dominantes.

El Faro como espacio de liberación/escape
También se percibe una posibilidad de liberarse de las frustraciones, pues el ambiente propicia creer en los sueños propios y de los demás, a través de discusiones y tareas colectivas: “aquí en Faro sabemos que todos tenemos qué decir, podemos expresarnos, podemos hacer”. De ahí resulta que las personas se descubran como sujetos que también pueden o tienen con qué responder a un momento histórico. Este poder, percibido como poder hacer social, también es valorado como beneficio que obtiene quien se acerca al Faro. En este aspecto cabe mencionar el papel que juegan lo lúdico y el placer. “Venir al Faro es como un escape en mi vida diaria, una diversión. Aquí vengo a escaparme de esa realidad amarga. Sí pues, lo tomo como un juego y aquí estoy siempre“ señala Ameyali, de 13 años de edad, usuaria del Faro desde su apertura, hace 8 años.

El Faro como modelo social, utopía y forma de vida
Usuarios y talleristas se refieren al Faro como un modelo social utópico pero real, “donde es posible convivir en armonía con la autoridad, llevarte bien con los polis, también es posible debatir con compañeros y administrativos, expresando lo que uno piensa y llegar a acuerdos”. Se destaca también que pueden convivir generaciones diferentes en un proceso común de aprendizaje y trabajo. Lo mismo en relación con las diferencias sociales y económicas que parecen disolverse en la convivencia conjunta, solidaria, cotidiana. Hay casos de trabajadores que se refieren incluso a su lugar de trabajo como un experimento/experiencia “libre y responsable”, en contacto directo con sus semejantes, a través del cual se propicia un beneficio en varios aspectos: personales, laborales, profesionales, técnicos y de aprendizajes diversos. Hay quienes también resaltan la posibilidad de que este esquema o experimento se extienda a una escala más amplia, hacia el resto del tejido social.
También se refieren al Faro como una suerte de respiradero cultural para el oriente de la ciudad (así como también se necesitan respiraderos ecológicos) o como un espacio vivificante donde se cultivan la creatividad, la amistad y los grupos de trabajo.

El Faro como espacio institucional
Ciertos discursos más “institucionales” se refieren al Faro como un espacio para acercar a la gente al arte y la cultura. También como un lugar donde la gente descubre su lado creativo, sus posibilidades de expresión y de ser voceros de su tiempo, su generación, su ciudad, asimismo se menciona que como espacio de la cultura debe ser tolerante, sin una visión oficial, donde no haya línea hacia qué tipo de arte o cultura debe fomentarse.

V.2 Actividad pedagógica

Definiciones
El modelo pedagógico que se aplica en Faro ha sido causa de no pocas controversias. En general se está de acuerdo en que se trata de un modelo no formal que opera desde el hacer cotidiano. Sin embargo, intuitivamente o como resultado de su experiencia, sus reflexiones y en general de la práctica, la convivencia y el diálogo en un ambiente tan peculiar como el del Faro, los talleristas demuestran ciertos acuerdos que podemos resumir aquí como un método, lúdico, experimental, creativo, atento al sujeto íntegro y a su proceso de aprendizaje, basado en el gozo del trabajo y en la experiencia colectiva, que tiene en la convivencia entre personas distintas, uno de sus aprendizajes más significativos. Lo que hay en el fondo de estas consideraciones, es una certeza de que en los talleres impartidos en el Faro, el arte es sólo un aspecto de un trabajo con la dimensión estética que abarca todos los ámbitos de la vida, con efectos transformadores que pueden ser catalogados como personales, sociales y culturales.
Esta definición, con todo, no agota la pluralidad de efectos y propuestas pedagógicas del Faro, algunas de las cuales intentamos exponer a continuación, a partir de la forma que tienen sus integrantes de referirse a ellas.

El reto de responder a las características de cada grupo
En general se coincide en que el método se debe ir formando de acuerdo a las características propias de los grupos, tomando en cuenta las posibilidades de cada sujeto para expresarse, su proceso de aprendizaje, sus intereses, su contexto cultural y social. Esto hace que los talleres deban manejarse con criterios muy flexibles, pragmáticos y en permanente búsqueda de alternativas que respondan a la situación de sus públicos. El carácter experimental, creativo de esta propuesta basada en establecer relaciones personales, también tiene el valor de reconocer a cada uno de los integrantes de un grupo, como sujetos concretos, con su propia forma de actuar, ver y recrear el mundo.

Carácter lúdico y creativo de las clases
Podríamos decir que casi la totalidad de los talleristas insisten en que la clave de sus clases es enseñar a través del juego, la experimentación y la práctica creativa e imaginativa. Se habla de entusiasmar, seducir, motivar. Además de facilitar el abordaje de los temas que tienen que ver con cada disciplina, el juego favorece la relación grupal y permite un reconocimiento de sí mismo y del otro, de forma más afectiva, amistosa, solidaria y más eficiente que el control y el orden impuestos. Al no existir en el Faro otros condicionantes de la asistencia que el mero placer, se refuerza esta libertad que constituye uno de los puntos más sobresalientes de la propuesta pedagógica.

Compromiso integral de los participantes
Podría parecer una contradicción respecto del punto anterior, pero lo cierto, es que talleristas y usuarios se refieren a la disciplina como una virtud que deben mantener las clases. Sin embargo, la acepción de este término se refiere más que a una norma exterior, a una actitud asumida por los propios estudiantes, de respeto y compromiso con el grupo y con su propio trabajo. Se menciona así la exigencia de dar lo mejor de sí mismos, algo que no tiene que ver con competencias para acceder a calificaciones o títulos, sino a la entrega por la que cada quien se desarrolla, exige y supera de acuerdo con sus intereses y capacidades. Es común en este sentido, escuchar referencias a que el Faro es un espacio de transformación personal. En el Faro se considera que “el arte te permite tener una perspectiva distinta del disfrute de la vida, de la conciencia y de la conservación de tradiciones. Da una mejor calidad como persona, te permite ser un loco sano“. Ese compromiso que asume la forma de una lealtad, con el grupo en primera instancia, es posible leerlo como una forma de solidaridad y reconocimiento de lo comunitario y lo social, asunto que frecuentemente es retomado como reflexión por los talleristas.

Revaloración del arte como parte de nuestra vida cotidiana
El carácter lúdico y creativo de las clases, no sólo es una forma de exponer conocimientos, sino que se trata también de un contenido. En el Faro, el arte no se considera una actividad aislada o fuera de lo común. Muchos talleristas y usuarios insisten en ver la cotidianeidad a través del lente de sus disciplinas artísticas. Se dice así, por ejemplo, que “la vida es un escenario”. Esto también implica una visión del mundo en la cual somos protagonistas de nuestra propia existencia y que ésta es susceptible de transformarse también en relaciones, gozo y aprendizaje, tal como la práctica en talleres o la creación artística. El arte brinda entonces, elementos que permiten decodificar la experiencia en una clave estética, “ permite ser más lúdico, ocurrente, ágil en la manera de ver las cosas“. Esta dimensión estética de la vida cotidiana, forma parte del ambiente en el cual se desenvuelven los talleres y la vida en el Faro y tiene connotaciones tanto estéticas, como políticas y sociales.

El arte como relación con la vida
Como una contrapartida o complementación de lo anterior, tenemos un discurso que ve al arte como un contenido antes que como una técnica. Se dice, por ejemplo: “primero procuramos que el estudiante desarrolle una abundante ecología mental, para después trabajar en su formación técnica y consolidación como artista”. Se trata pues, de partir de la propia experiencia de cada sujeto, de las reflexiones personales y del grupo con el fin de que la expresión salga de experiencias y vivencias reales que, a través de la recreación artística, se convierten en obras.

Trato igualitario y valoración de diferencias
La apuesta pedagógica de los talleres valora la originalidad pero sin entrar en la lógica de la competencia: cada uno es una persona distinta y una oportunidad de expresión única.

Valoración del camino del autodidacta
En el Faro la mayoría de los talleristas son, en gran parte autodidactas. No necesariamente porque no hayan tenido una formación escolar en determinado momento de sus carreras, sino porque, gran parte de su experiencia artística ha sido construida fuera y a veces contra, los ámbitos formales y académicos. Esto constituye también una cierta visión pedagógica, de procesos y objetivos. Se señala, por ejemplo, que se tiende a provocar, 1º. Descubrimientos (“abundante ecología mental”), 2º. Formación y consolidación y 3º. Ordenamiento para transmisión de conocimientos. Al respecto cabe señalar que, ya son numerosos los casos de estudiantes que se convierten en maestros del Faro, dentro de sus respectivas disciplinas de estudio. Se señala también que, por encima de la técnica, las metas del Faro son el autodescubrimiento de habilidades y talentos.

Efecto liberador
Es recurrente la mención del aspecto liberador que tienen los talleres del Faro. Se mencionan la ausencia de represión y de prejuicios jerárquicos. También su carácter de alternativa “a la pandilla delincuencial o a la familia disfuncional”. El reconocimiento del valor de la expresión personal, colectiva o comunitaria, también posee un efecto de dignificación del sujeto resaltado por talleristas y usuarios. La relación de las actividades estéticas con el propio cuerpo, la emocionalidad y aspectos muchas veces negados o rechazados del sujeto íntegro, al que se considera en su totalidad, no, como lamentablemente suele ocurrir fuera, según su función social circunstancial (como mano de obra, consumidor, elector, etc), constituye un potencial explotado pedagógicamente y que lleva a traspasar roles establecidos o estados de ánimo negativos, producto de frustraciones socialmente adquiridas.

El cuerpo y el hacer como punto de partida de la reflexión
En el Faro se reflexiona acerca de lo social, lo político, lo económico, lo estético, pero el punto de partida, no es necesariamente la opinión o la teoría, sino la experiencia. Se trata de aprender sobre el hacer del sujeto concreto incluyéndolo como ser social corpóreo, histórico y atendiendo su momento presente como generador de reflexión.
La experiencia estética constituye así un eficaz detonador de reflexiones profundas en un método que tiene algo de lo que Freire denominaba “palabras generadoras”, pero en un sentido más amplio, utilizando también lenguajes no verbales, como en la danza, el teatro, la capoeira, la pintura, etc.

Trabajo colectivo
El grupo es, en el Faro, la referencia decisiva. Diversos testimonios mencionan la necesidad de ambientes de trabajo que, en atmósferas colectivas, favorezcan la intensidad de la emoción contra referentes tradicionales como calificaciones o certificados de asistencia. También es considerado vital el fomento del compañerismo y la solidaridad en lugar de la competencia entendida como valor de atropellar al otro.
A través de actividades estéticas, de un contacto cotidiano y sin mediaciones con el otro, se consigue en el Faro, lo que algunos teóricos marxistas denominan “el restablecimiento del hacer social”, condición fundamental de todo proceso de “desalienación”. La fórmula es muy compleja, se trata de revertir el proceso perverso por el cual el capitalismo nos torna mercancías y enajena el trabajo de su mismo hacedor, volviendo “relaciones de objetos” a las relaciones humanas.
Su desconstrucción, en el Faro, es sin embargo, relativamente sencilla. Se trata de, a través de una pedagogía constructivista y mediada por la dimensión estética, lúdica, corporal y sensorial, de ir restableciendo lazos entre los seres humanos, más allá de prejuicios de género, clase social, religión, etc.
El resultado es lo que podemos palpar en los testimonios. La liberación de un potencial creativo inédito, íntimamente vinculado al trabajo colectivo, a la ausencia de parámetros externos y al gozo como fin último de la expresión.

V.3 Valores e ideas políticas que surgen de la actividad en el Faro de Oriente

Igualdad y valoración del semejante
En general se asume que la actividad cultural tiene poco que ver con la política. Esta visión externa es sin embargo ingenua. ¿Cómo podría ser ajeno a la política algo que tiene que ver con la expresión, con el sentido, con las relaciones, con las prácticas que constituyen nuestra forma de vida? Sin entrar en definiciones ideológicas y mucho menos en disputas partidarias, en el Faro, talleristas y usuarios manifiestan ciertas coincidencias respecto de valores políticos claves. Acuerdos que, además, se ponen en práctica cotidianamente en la convivencia. Por ejemplo, la afirmación de que “estamos por la igualdad de género como de clases, por asumir más valores humanos que eleven la dignidad de la comunidad, es decir provocar conciencia de lo que ocurre o nos ocurre y que todo eso lo podemos transformar”, más que una esperanza, resulta expresión de una práctica concreta, materializada todos los días en el trato en los talleres, donde, por su condición de servicio gratuito, su situación geográfica, su visibilidad entre grupos jóvenes, se promueve el acceso irrestricto y la integración de elementos a veces muy dispares –en cuestión de género, creencias, tradiciones, preferencias sexuales, edades, condición económica, sociocultural, etcétera- en tareas comunes, sin ningún tipo de censura, interrogatorio o evaluación.

Dignidad creativa e integridad del sujeto
En este caso se confirma entonces que la práctica hace al sujeto, y los sujetos que surgen de la interacción en el Faro, ponen de manifiesto una ética social íntegra, solidaria, consciente y respetuosa.
Esto encontramos también en el trasfondo del discurso, muchas veces repetido, que ve en la cultura y el arte una forma de lucha contra la discriminación, la homogeinización de la industria cultural, a la globalización mercantilizada y a favor de una resistencia que se ejerce desde la libertad creadora y de la oposición del trabajo colectivo, tolerante y en relación, como contrapartida con la lógica de la mercancía, el individualismo y la clasificación, exclusión y marginación.
Por eso a la pregunta ¿cómo puede el gozo servir como resistencia a un orden establecido? La comunidad del Faro responde que, en tanto el gozo constituye una expresión del sujeto íntegro, éste es en sí una manifestación de resistencia contra la opresión. Manifestación que, desde luego, es abierta, como reflexión autoconsciente, apropiada y desarrollada en su potencialidad, según las dinámicas de cada taller.
Es cierto que el discurso rebelde es un común denominador de la juventud. La diferencia es que en el Faro, este discurso se materializa en obras, diálogos, reflexiones, que en su índole comunicativa y expresiva, apelan al resto de la sociedad y se inscriben en ella como alternativa.

La autonomía
Quizás como parte de la autoconciencia que los hace manifestarse orgullosamente como un ejemplo de “esquema social, mejorado y recargado”, también es normal que los usuarios de el Faro, reclamen una mayor participación en las decisiones del centro cultural.
Esta vocación para la autonomía, naturalmente derivada de la autoconciencia de sus propias dinámicas, relaciones, procesos y singularidades, fue la que en el año 2006, impulsó, tras una serie de asambleas, un documento de “normas democráticas” considerado como el primer paso en función de una autorregulación comunitaria del Faro.
Fundamentándose en estos hechos, ciertos miembros llegan a exigir una administración que evite normas oficiales para juzgar la cultura, como la otra cara de la moneda de un compromiso hacia las minorías y las clases desfavorecidas. Se considera así que una minoría no puede estar representada más que por sí misma o, en todo caso, por su participación directa en la construcción del espacio que habita, donde desarrolla sus prácticas y relaciones.

Arte y política
Es muy común que en los talleres, a la par de las disciplinas artísticas y enfatizando su carácter colectivo, de convivencia y solidaridad, se hable de valores humanos y de la capacidad del arte como resistencia y herramienta de lucha. Se dice que el arte, es además de expresión, o precisamente por ello, un “espacio de resistencia, dignificado por las actividades que se imparten allí.”
En este sentido, podríamos invocar las reflexiones en torno al goce como práctica de resistencia, en un sentido similar al que, por ejemplo Herbert Marcuse, dio a su concepto de “dimensión estética”. Sería justo, sin embargo, hacer dos distinciones: la dimensión estética, en este marco debe entenderse como parte de la vida cotidiana de los usuarios del Faro, y más que relacionarse con la obra o expresión de un creador, atiende a los procesos colectivos, ya mencionados, que se desarrollan en los talleres y también, en aquellas pautas, relaciones y prácticas que, aprendidas en los talleres, se manifiestan también en otros ámbitos, en la familia, en el trabajo, en el arte de ver la vida de otra manera y de no dejarse atrapar por las trampas que, también cotidianamente, nos conducen a la frustración y la negación como seres humanos libres y creativos.


V.4 Propuestas de organización interna

Autogestión y participación
Teniendo en cuenta lo anterior, tenemos que la participación política es sólo un ámbito en el que se expresa un deseo de participación integral, que abarca otros campos, por ejemplo, el de trabajo comunitario. Tenemos así una referencia recurrente que los usuarios hacen de su disponibilidad para diversas tareas que tienen que ver, por ejemplo, con el mantenimiento del edificio del Faro. Consideran también que esa “sería una forma de relacionarse, conocerse y reconocerse entre usuarios y talleristas”. Se invocan también experiencias pasadas, en ese sentido “donde se generaba un clima para la integración que seguramente podría resolver las problemáticas que se presentan en el Faro”.

Consultas
Como otras propuestas organizativas que apuntan al mismo fin de la participación, se sugiere “establecer mecanismos de consulta periódica como una manera de mantenernos informados acera del presupuesto, los horarios o las propuestas de talleres”.

Trabajo comunitario
De esta manera, se sugiere, los usuarios podrían proponer “otras actividades y llevarlas a consulta, o dialogar qué es posible hacer para que, entre otras cosas, las autoridades designen un presupuesto que pueda paliar las deficiencias de materiales e infraestructura. Es destacable también el hecho de que algunos usuarios entrevistados hablaron de mesas de discusión en las que se incluya a los vecinos, “para saber qué opinan del Faro e incluirlos, así crecería más el Faro”.

Comisiones de alumnos
También se menciona la participación por parte “de los alumnos, que se inmiscuyan en lo que sucede”. En este sentido se propuso también que los mismos alumnos creen una comisión de enlace y se forme una comisión integrada por talleristas y alumnos para crear vínculos entre los distintos proyectos de los talleres.
En orden de creciente mediatización de la participación, los usuarios también piden reestablecer el método del buzón, “pero esta vez –se solicita-, dándole importancia y difusión”.

V. 5. Algunas propuestas que surgieron en entrevistas

Enumeramos a continuación algunas propuestas que surgieron en las entrevistas. En ellas se observa recurrentemente la conciencia que existe en el Faro respecto de la interacción con la comunidad, con los vecinos, las relaciones de integración de diversos grupos sociales y en general la expectativa de servir como espacio de formación, difusión y transmisión de cultura. En esa sintonía, se propone:

• Organizar eventos para toda la familia.
• Invitar a los artistas del barrio.
• Organizar exposiciones del folclor de todos los estados de la República.
• También lo que se produce en el Faro puede participar en distintos festivales culturales del Distrito Federal y de los estados.
• Que el Faro vaya a los festivales culturales de los estados.
• Desarrollar un programa de conferencias sobre programas actuales.
• Brindar proyección a colectivos que surgen en el Faro.

V. 6. El impacto social del Faro, según sus miembros

En general, usuarios y talleristas del Faro reconocen que, aunque el Faro es un centro cultural para el desarrollo de las “artes y oficios”, su importancia social es primordial. En primer lugar, esto es así porque brinda un espacio abierto a todos, donde sin limitación alguna –ni exámenes de ingreso, ni trámites, ni requisitos previos ni costo económico-, cada uno puede aprender técnicas con las que enriquecer su experiencia estética e iniciarse en alguna especialidad del área. Los usuarios son conscientes de este efecto social y reconocen por ejemplo que asisten al Faro “muchos chavos que han sido rechazados de otros espacios educativos”.
Una vacuna contra la violencia
También existe la conciencia de que el centro cultural ha construido un ambiente de libertad, donde operan otras lógicas que las que tienen lugar en el exterior y esto se expresa, por ejemplo, cuando se dice que en el Faro: “sólo impera el interés que cada alumno trae o que en el Faro desarrolle”, o que “es un espacio donde la represión no existe”. Esta razón, además del encuentro con el gozo en el hacer compartido es la fuente de afirmaciones como que, por ejemplo: “la construcción en madera (o la capoeira, o el teatro, etcétera) tiene un efecto terapéutico”. Lo cual, más allá de la experiencia social, se constituye como conciencia de que: “actúa como una vacuna contra la violencia”.

La proyección del Faro
Así, hay varios factores a través de los cuales se considera que el Faro tiene influencia benéfica más allá de su comunidad. Por ejemplo, se indica la virtud del arte, o en un sentido más amplio y quizás profundo, de la dimensión estética, para transmitir puntos de vista divergentes, algunas veces subversivos, otras, simplemente alternativos, respecto de los problemas que vive la sociedad.
Se dice, así que “aquí podemos expresar cualquier tema que este pasando en la sociedad o que nosotros vivimos” y desde allí proponer cambios.

La práctica de la igualdad
Transformaciones que, en algunos casos constituyen no sólo una idea, un enunciado artístico o un producto estético, sino una práctica cotidiana: por ejemplo, se indica que “la igualdad de género es algo que el Faro practica en cada taller”.
Lo mismo pasa con otras desigualdades, como la generacional, donde ciertas prácticas actúan como amalgama y antídoto frente a la dispersión y la ignorancia que se vive en otros medios sociales. También entre padres e hijos esto es un hecho pues: “El Faro también ha permitido que los padres conozcan de otra manera a sus hijos, como es el caso de niños de teatro”.
Por todo esto, muchos usuarios del Faro podrían suscribir la frase de que: “en el Faro se ha establecido algo semejante a una sociedad de convivencia, destacando un carácter de solidaridad o colectivismo en cada taller”.

VI. Propuestas de continuidad de este diagnóstico

Como se expresó con anterioridad, este diagnóstico no pretende ser más que un primer paso en la autoconstrucción de un significado que contribuya a que los usuarios y talleristas del Faro se apropien de su espacio y lo desarrollen, en un proceso de crecimiento y maduración de un proyecto que realizan cotidianamente en la práctica.
La propuesta siguiente es resultado del diálogo con varios talleristas y usuarios interesados en este proceso de construcción participativa y se desarrolla en varios momentos:

1. Discusión en talleres de algunas de las temáticas abordadas, o de otras afines, según la idiosincracia y preocupaciones de cada taller.
2. Convocatoria, también a cargo de los talleres donde se desarrollen estas pláticas, de personas –académicos, gestores culturales, artistas, etcétera- que puedan brindar retroalimentación acerca de los mismos.
3. Apertura de estas pláticas en sesiones periódicas donde a la vez, se expongan ciertas problemáticas específicas de estas discusiones y se abra el diálogo, en plenaria, a los miembros del Faro que quieran participar, incluyendo también a los interlocutores externos convocados.
4. Constituir a partir de estos encuentros un cuerpo de reflexiones que sirvan como agenda y temario para la convocatoria de un congreso de ideas, propuestas y reflexiones en torno de la Experiencia de Faro de Oriente, donde participen tanto personalidades externas, como internas, privilegiando el diálogo y la participación.
5. Recoger todo este material en una serie de documentos que, sin excluir ninguna temática, desarrolle líneas de acción destinadas a impulsar el proceso de construcción interna del Faro de Oriente, como comunidad cultural autónoma, con cuerpos colegiados de autorregulación, pautas de trabajo surgidas en el mismo proceso y estatutos semejantes a los de las universidades.

En varios ámbitos, institucionales y académicos, se viene hablando de la necesidad de que proyectos como el del Faro de Oriente, encuentren una vía para profundizar y reaplicar su experiencia. Su especificidad y su proceso interno permiten augurar desarrollos inéditos, donde lo social, lo cultural, lo político, lo estético y lo artístico, generen como ocurrió en otras experiencias históricas, nuevas instancias de expresión y creatividad, abordables como modelo a diferentes escalas sociales. La idea que guía esta propuesta es respetar ese proceso de construcción y, por otro lado no ponerle límites, cauces y acotamientos, fundados en la supuesta guía bienintencionada de funcionarios y académicos. La apuesta está lanzada, y es la comunidad del Faro, la que, por todo lo que se ha dicho anteriormente, merece la oportunidad de ocupar el tablero.

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Discusión sobre el problema de la legitimidad de las políticas públicas en espacios comunitarios, desde las teorías de Pierre Bourdieu y M. Foucault

Mariano Andrade Butzonitch


Sinopsis:

Las luchas por la legitimidad de los cargos y las lógicas imperantes en el campo de los profesionales de la cultura, no alcanzan para sustentar políticas públicas democráticas. Como se advierte en la crisis de participación comunitaria y legitimidad de la dirección del Faro de Oriente, centro cultural dependiente de la Secretaría de Cultura del DF, si se pretende que estas políticas incluyan un sentido proyectivo de reconocimiento y transformación social, deben involucrar necesariamente la participación comunitaria.

¿Hasta dónde debe el Estado intervenir en el campo de la cultura y el arte? ¿Qué papel tiene la participación comunitaria en la construcción de políticas públicas? ¿Cómo considerar a las minorías dentro del capital simbólico de nuestra cultura? ¿Cuáles son las atribuciones, los derechos y también los límites de los intelectuales, en la proposición de parámetros y líneas de acción en este campo? El presente trabajo constituye una reflexión en torno a estas preguntas, en el contexto de los aportes teóricos de autores que, como Pierre Bourdieu y Michel Foucault, han investigado a fondo el tema de los condicionamientos que ejerce el poder sobre las prácticas culturales.
Nuestro punto de partida, sin embargo, no es teórico sino práctico y concreto; se trata de la situación crítica, en materia de legitimación de la dirección y de participación democrática, que atraviesa hoy uno de los proyectos culturales más audaces de la administración del Distrito Federal, la Fábrica de Artes y Oficios, Faro de Oriente, propuesta como modelo en su género y punta de lanza de un amplio proyecto público que intenta la recuperación de espacios de recreación y actividad cultural, en comunidades periféricas del Distrito Federal, que, a la par de su marginación económica, sufren gran escasez de estímulos y oportunidades de desarrollo personal.
Según el democrático discurso del gobierno de la Ciudad de México, la misma comunidad, que, en el caso del Faro de Oriente ha realizado una efectiva apropiación del espacio, debiera ejercer el protagonismo en la orientación del proyecto. Lamentablemente, en política, los hechos no suelen seguir el curso de las palabras.
Así fue como, siguiendo sus propias perspectivas y aconsejada por un grupo de intelectuales cercanos, la Secretaría de Cultura, sin ninguna consulta previa a la comunidad, decidió remover su dirección, en el marco de una serie de medidas que afectaron no sólo al Faro de Oriente, sino también a otros espacios afines, en un intento de reactualizar el proyecto de acuerdo con sus esquemas de trabajo.
Inmediatamente comenzaron a circular los discursos de legitimación de esta situación de facto, que constituyen el objeto de estudio de este breve trabajo. Estos discursos, que contaron con el poder institucional para ganar difusión en los medios de comunicación, tuvieron como protagonistas a la misma secretaria de cultura, Elena Cepeda y también a ciertos intelectuales allegados a la misma.
De parte de la secretaria, la argumentación fue breve y de tono netamente político; descalificó al grupo de talleristas más combativo asociándolos arbitrariamente con “mezquinos intereses políticos”, apoyó con movilizaciones a la nueva dirección, hizo mención a la natural rotación de cargos que conlleva el poder -con lo cual justificó otros despidos asociados con esas medidas-, e invirtió recursos en desarrollar un gran festival para el séptimo aniversario del Faro, que contó con gran afluencia de público, y donde, a pesar de las manifestaciones en contra de algunos talleristas y usuarios, contó con el favor de los medios masivos de comunicación para difundir una imagen de normalidad y aceptación comunitaria.
Paralelamente, su círculo intelectual libró una batalla de contactos y apariciones mediáticas, que por su carácter conceptual, atraen en mayor medida nuestra atención.
La teoría de Pierre Bourdieu, que ha señalado el carácter interno, endógeno, de las luchas por la legitimación respecto de las instituciones y aún de las clases que detentan el poder, tanto en el campo político como en el académico o el artístico, nos permite enmarcar teóricamente los verdaderos fines y alcances de estas diatribas.
Así, no llama la atención que, a pesar de sus abundantes referencias a la comunidad, el diálogo y la participación(1), los intelectuales en el poder escriban desde la lejanía, confiando más en sus méritos pasados, en relación con un capital simbólico acumulado en el campo de la cultura y el arte, que en un conocimiento actual del terreno.
Sencillamente esto no les parece necesario, saben muy bien que, como indica Bourdieu, los destinatarios de sus polémicas son sus propios colegas: funcionarios, políticos, artistas, con los que tejen alianzas y, conforme a los hábitus(2) compartidos configuran escenarios que impondrán después en sus ámbitos de influencia.
Sin embargo, la cultura constituye un campo de prácticas y relaciones que excede en mucho el círculo de intelectuales cercanos al gobierno y, a través de siglos de experiencias capitalistas, coloniales y esclavistas con diversos tipos y grados de explotación, censura y exclusión social, ha desarrollado abundantes armas de resistencia, que se desenvuelven no en la confrontación y la lucha contra el poder central, sino en fintas, rodeos y fugas respecto del mismo.
Estas lógicas de no confrontación y bajo perfil, que parecerían plantear un problema epistémico a la teoría de Bourdieu, donde los campos se muestran como estructuras determinadas, constituidas a través del juego de poderes en disputa, aparecen en cambio más afines con la idea reticular de la resistencia que plantea Michel Foucault, como “puntos móviles y transitorios, que introducen en una sociedad líneas divisorias que se desplazan rompiendo unidades y suscitando reagrupamientos, abriendo surcos en el interior de los propios individuos, cortándolos en trozos y remodelándolos, trazando en ellos, en su cuerpo y en su alma, regiones irreductibles” (Foucault, 1985; 178). Elegimos pues la combinación, en algunos casos conflictiva, de estas teorías, para dar cuenta de la problemática planteada, que advertimos también en dos planos superpuestos pero, en cierto modo, irreconciliables: el del poder institucionalmente constituido y sus diversos campos de influencia y la actividad centrífuga, potencialmente transformadora, del campo comunitario. Desde estos puntos de partida, la reflexión sobre la experiencia concreta del Faro, también nos ofrece la oportunidad de revisar los alcances de las teorías y desde allí, realizar críticas acerca de las políticas públicas del gobierno.

Campos y resistencias

Es frecuente que los cambios de administración política traigan aparejados la renovación de los grupos de influencia, quienes, desde sus respectivos campos, el artístico, el científico, el docente, harán lo posible por reivindicar la pertinencia de esta alternancia, al mismo tiempo que extienden los alcances de su autoridad, si es necesario, desplazando a sus competidores en una lucha en que se ponen en juego diversos grados de violencia simbólica.
Como afirma Néstor García Canclini, analizando los textos de Bourdieu, la categoría de campo implica dos cosas: un capital simbólico y una lucha por su dominio. Éstas separan a pretendientes de distinguidos, en bandos que se diferencian en sus estrategias, pero no en sus aspiraciones ni en su compromiso esencial con el capital de referencia y sus hábitus.
Así, los campos se presentan en la obra de Bourdieu, como “espacios estructurados de posiciones (o de puestos), cuyas propiedades dependen de su posición en esos espacios y pueden ser analizadas independientemente de las características de sus ocupantes”
Por lo mismo, “el principio de la eficacia de los actos de consagración como científico, poeta, pintor o músico reside en el propio campo, y no en un carisma inefable fuera de este espacio de juego que se ha ido instituyendo progresivamente, es decir en el sistema de relaciones objetivas que lo constituyen, en las luchas que en él se producen, en la forma específica de creencia que en él se engendra” (Bourdieu, 2002; 252, 255).
Citando a Bourdieu (Bourdieu, 1984; 19), Canclini afirma que esta categoría de campo tiene la capacidad de mediar entre estructura y superestructura, así como entre lo social e individual. El aspecto oscuro del concepto es que, en su capacidad comprensiva, también encierra toda posibilidad en el marco de la reproducción de un sistema.
El siglo XX demostró a muchos marxistas, como el mismo Bourdieu, que el capital se extiende mucho más allá de los medios de producción y sus lazos económicos y materiales. Buscando también nuevas formas de concebir la dominación en función de sus síntomas subjetivos y corporales, Michel Foucault, definió el poder como “la multiplicidad de las relaciones de fuerzas inmanentes y propias del dominio en que se ejercen y que son constitutivas de su organización” (Foucault, 1985; 175).
Una de las consecuencias de esta concepción es la descartar la lógica dialéctica: “el poder viene de abajo, es decir, que no hay en el principio de las relaciones de poder, y como matriz general, una oposición binaria y global entre dominadores y dominados”.
Sin embargo, a falta de poderes revolucionarios, Foucault se dedicó a buscar cauces para la resistencia: “Respecto del poder no existe un lugar de gran rechazo... Pero hay varias resistencias que constituyen excepciones, casos especiales: posibles, necesarias, improbables, espontáneas, salvajes, solitarias, concertadas, rastreras, violentas, irreconciliables, rápidas para la transacción, interesadas o sacrificiales; por definición, no pueden existir sino en el campo estratégico de las relaciones de poder” (Foucault, 1985; 177).
Desde estas excepciones, minorías y diferencias, podemos pues explicarnos qué sucede cuando la dimensión estética surge no del campo oficialmente reconocido, sino de territorios inesperados, heterogéneos respecto del quehacer profesionalizado de los expertos y, por lo tanto, en alguna medida, ajena a sus parámetros, a sus códigos, a sus cánones.
En los arrabales del quehacer estético, demasiado lejos o demasiado cerca de los medios de difusión, promoción y distribución, más allá o más acá de las agendas culturales de los medios masivos y las disqueras de lounge (que reciclan aspectos de las culturas tradicionales y los ofrecen compilados, de acuerdo con criterios del mercado) y de la misma beneficencia política, tiene lugar la resistencia, gracias y/o a pesar de su carácter “salvaje, solitario y en algún, sentido espontáneo”.
De más está decir que, desde el son jarocho hasta las bandas norteñas ocuparon en algún momento ese ítem promotorialmente indiscernible, que hoy siguen detentando algunas fiestas turísticamente inclasificables, muchos pertinaces cantautores, ciertas bandas de pueblo maravillosamente desafinadas y en fin, toda práctica estética cotidiana -dirigida, como presumiblemente ocurrió en su origen con toda actividad estética-, a hacer más llevadera la vida propia de los semejantes, sin más pretensión retributiva que la del aprecio del prójimo (3).
Nuestra hipótesis, es que ese cultivo del arrabal, esa dimensión estética de la vida cotidiana, por esencia efímera, nómada y colectiva, comunitaria, mientras no resulta objeto de disputa por las autoridades de los campos simbólicos ni se concibe como capital, mantiene cierto grado de exterioridad respecto de la arena política, lo que, desde la óptica de Foucault, puede ser vista como una efectiva resistencia.
Por ejemplo, podemos mencionar cómo este lugar excéntrico del Faro le ha otorgado ciertas licencias respecto de las exigencias formales de las escuelas artísticas y de las pretensiones de productividad y eficacia de las lógicas capitalistas. Esta perspectiva libre de parámetros y regulaciones, mediada por la lógica de la relación humana, en algunos casos, ingenuamente constructivista (4), de los talleres, ha desencadenado una consistente pedagogía que privilegia procesos humanos complejos sobre la lógica del objeto, subraya quehaceres colectivos, enfatiza la valoración del otro y la misma diferencia, destaca la dignidad del sujeto íntegro a través del reconocimiento de su expresión, vincula el saber con el sabor, el juego, la convivencia, relativiza la lógica de la mercancía y restablece el flujo social del hacer, reconociendo la complejidad intersubjetiva del trabajo humano. Ya quisieran muchas vanguardias artísticas haber alcanzado un grado tan excelso de diferenciación, apertura y alternativa vital, experiencial, estética y comunicativa.
Claro que todo esto constituye una obra difícilmente traducible en capital. La acumulación no es el fuerte de esta comunidad de tránsitos, prácticas, afectos, vivencias y relaciones. Quizás sí pueda hablarse de un hábitus, en el sentido de Bourdieu, como esquemas prácticos que tienen un efecto formador. Pero este capital simbólico reside enteramente en su valor de uso y de un uso objetivamente cuestionable para la competencia institucional, como lo es el de abrir horizontes vitales, generar un consistente sentido de comunidad y pertenencia y una resignificación acaso efímera y vulnerable, pero indudablemente positiva, acerca de la propia existencia y la de los semejantes.
Desconocen la realidad los que atribuyen estos logros a una mera improvisación (5). Esta pedagogía es el resultado de un cuidadoso proceso que surgió, del afianzamiento de la lógica personalizada y colectiva de los talleres, de la relación estética y lúdica en el quehacer cotidiano, en la apertura de cuerpos y mentes hacia horizontes potenciales, auto-poéticos. Constituye en consecuencia el resultado de la práxis de una comunidad que ya lleva siete años construyendo un espacio cultural alternativo, que a pesar de su dependencia presupuestal de la Secretaría de Cultura, ha mantenido una sana distancia con la institución.
La dificultad no es pues –como señalan los críticos- la de fundamentar una pedagogía, un saber, un hacer, un habitus de relaciones y prácticas, sino la de competir por la legitimidad en un campo como aquel, tan maleado por el poder y el dinero.
Reconociendo o intuyendo de algún modo esta dificultad, el Faro se dió, hace un año, a la tarea, también colectiva, abierta, participativa y plenaria, de traducir este saber en un compendio de normas democráticas, tendientes a alcanzar cierta autonomía. En ese documento, que hoy corre el riesgo de ser definitivamente archivado y olvidado, constan frases explícitas, como la siguiente:
“Dado que los gobiernos de la Ciudad de México no se han caracterizado por dar continuidad a los proyectos culturales, es indispensable desarrollar mecanismos democráticos y comunitarios para defender la existencia de éstos y contar con instrumentos para transformarlos”.
En ese documento consta también de forma evidente la voluntad de conformar un cuerpo colectivo de toma de decisiones, el Consejo de Buen Gobierno, incluyente y plural, constituido por representantes, elegidos por voto secreto y directo, de todas las áreas del centro cultural: autoridades, talleristas y alumnos.
A pesar de todos estos logros en su resistencia, desde la óptica institucional del poder, y desde los campos de la política y la economía, sujetos a lógicas de competencia mucho más duras que el de la cultura, el Faro de Oriente representa -como símbolo de la preocupación social y cultural de un partido de izquierda hacia las zonas marginadas de la principal ciudad que administra– un valor centrado en el campo político, mucho más que en el cultural. En este sentido se ha constituido como capital electoral insustituible. Tanto es así, que el magro proyecto cultural de la reciente campaña del actual jefe de gobierno capitalino, Marcelo Ebrard, consistió poco más y menos que “en fundar otros seis Faros” (sic).
Así, este espacio de ocio creativo y re-creación, este pulmón estético del oriente de la ciudad, este oasis de quehaceres colectivos, encuentros y devenires vitales, es también un objeto codiciado como moneda constante del capital simbólico, pero ya no el campo estético o el cultural, sino en el político... y es allí donde podemos explicar sus dificultades.

Tiempo de redefinir

“ ... lo que parece obvio es que en la materia constitutiva del Faro, en lo que se refiere a su vocación fundamental (que es la de dotar a sus talleristas de los elementos fundamentales y suficientes –sic- para participar con fuerza e independencia del complejo diálogo y debate de la cultura), esta institución se encuentra bastante perpleja, inmersa en un páramo conceptual y operativo”, señala en un artículo reciente el poeta, periodista y editor Eduardo Vázquez Matín -intelectual que participa del círculo de consejeros de la actual Secretaria de Cultura, Elena Cepeda-. Para más datos, Eduardo Vázquez fue fundador del Faro de Oriente hace siete años y permaneció alejado del mismo durante los últimos dos, por disidencias con la anterior dirección del Faro, que como se ha dicho, ha sido removida a principios de este año.
Nada nuevo bajo la luz teórica de Bourdieu. La violencia simbólica se ejerce a fin de erigir una nueva legitimidad, ordenar las expectativas de la sociedad y revestir de racionalidad un factor de poder que, en su desnudez, podría causar desarmonía y desasosiego. Desde este punto de vista, el capital simbólico de Eduardo Vázquez y su discurso cultural, social y pedagógico, se ponen al servicio de una función política.
Sin embargo, a la luz de las resistencias foucaultianas, cabe preguntarse por qué la voz de la comunidad permanece inaudible en este campo. En la lógica de Bourdieu, esto es lógico: los talleristas y alumnos del Faro distan de ser pares en oposición dentro del campo simbólico en cuestión, son, más bien, un conjunto de agentes ignotos, en flagrante condición minoritaria. Desde la resistencia, esta vulnerabilidad respecto de las luchas por su legitimación, constituye un potencial activo, en función directa de sus diferencias específicas y del lugar excéntrico que ocupan en el mapa del poder.
Invisibles en el campo de la política cultural –que en ocasiones tiene mucho más de político que de cultural, aunque se dirima con argumentos artísticos, estéticos y pedagógicos- estos agentes son, sin embargo, quienes hacen la cultura, es decir, aquellos que cotidianamente alimentan la fábrica estética del Faro.
En función de esta patente exclusión, nuestra última pregunta, a la que dedicamos el postrer capítulo, es pues, sobre la posibilidad de que alguna vez, las instituciones dominantes cobren conciencia de la necesidad de establecer límites en la acción interventora del poder político, en cuanto campo simbólico endógenamente pautado, -es decir, en cuanto contradicción con los principios republicanos y los discursos democráticos-para desarrollar una política realmente pública, capaz de sostener la apuesta –y el riesgo- que implica la cultura como agente de transformación social.

La cultura ¿es de quien la trabaja?

Tomando una definición de política cultural de Néstor García Canclini, donde se refiere “al conjunto de actividades desarrolladas por el Estado, las instituciones civiles y los grupos comunitarios organizados a fin de orientar el desarrollo simbólico, satisfacer las necesidades culturales y obtener consenso para un tipo de orden o transformación social”, Eduardo Nivón Bolán señala dos factores relevantes:

• La política cultural es algo más que una responsabilidad de gobierno, pues implica a todos los agentes de la sociedad.
• Su sentido proyectivo, de futuro, que implica tanto conflicto como adhesión a un proyecto de transformación social. (Bolán, 2006, 58)

En esta arriesgada apuesta, el autor reconoce por supuesto, la responsabilidad del Estado de coordinar las políticas culturales con el resto de las políticas públicas, dirigidas desde el gobierno con el fin de satisfacer necesidades sociales, pero a la vez advierte que la políticas culturales deben ser “resultado de las expectativas de los diferentes agentes y grupos sociales que intervienen en cada campo cultural y que son en sí mismos espacios de conflicto y negociación (Nivón Bolán, 2006, 63)”.
Para esto, uno de los objetivos centrales es promover condiciones de participación de las minorías –aún de las minorías excluidas de los campos de negociación política-, como condición sine qua non de una política cultural que pueda denominarse democrática. Esto implica, según Nivón Bolán que “la sociedad desarrolle instrumentos para su propio reconocimiento…”, lo que nos lleva a concluir que “la intervención de la esfera pública en el campo cultural sólo será aceptada socialmente si responde a problemas concretos para fortalecer la democracia amplia y participativa”.
Desde el punto de vista del discurso, nadie se atreve a negar ya estos postulados que, leídos de forma íntegra y honesta, llevan a reconocer el derecho de la sociedad a auto organizarse en materia de promoción, acción y disfrute, cultural y artístico –aún dentro de espacios relacionados con instituciones públicas- y también que las autoridades deben asumir los riesgos que implican los inciertos derroteros del poder popular, incluyendo los conflictos y fintas de una resistencia activa, como condición sine qua non de un auténtico desarrollo cultural asumido por y para las comunidades.
En este sentido, el campo simbólico construido desde las instituciones, con sus actores, sus luchas internas y sus legitimidades arduamente disputadas, deberán abrirse para considerar e incorporar como capital simbólico también a estos espacios minoritarios, sin los cuales, cualquier declaración de principios, por más democrática o innovadora que pueda parecer en los discursos, corre el riesgo de ahogarse en su propio circuito cerrado.

Notas:
1 “Quienes fundamos y concebimos el Faro lo pensamos como una institución donde la máxima prioridad es la expresión y formación artísticas de quienes hacen uso de él y lo necesitan, así como la creación de un espacio cultural que fomentara el encuentro entre vecinos, el diálogo y la convivencia. Estas tareas no se deben perder de vista: el Faro tiene que ser un espacio plural y tolerante donde reine la reflexión y la crítica y no el trampolín de quien desea una carrera en el partido y menos el rehén o la moneda de cambio de quien negocia intereses particulares”, señala Eduardo Vázquez Martín, poeta y editor, quien actualmente es también funcionario del Gobierno del Distrito Federal.
2 Hábitus, como conjunto de esquemas de percepción, apreciación y acción, «sistema socialmente constituido de disposiciones estructuradas y estructurantes que es adquirido en la práctica y constantemente orientado hacia las funciones prácticas»
3 “No sólo desde que nacemos, sino desde que despertamos cada mañana buscamos oportunidades de prendamiento: escuchar el canto de los pájaros al amanecer, sentir la frescura de una ducha, oler el perfume del jabón, palpar la ropa limpia, saborear un café... así vamos prendándonos a pequeños placeres cotidianos para ir tejiendo nuestra existencia como la abeja se prenda de flor en flor. Si nuestra apetencia estética dependiera de las obras maestras del arte, difícilmente sobreviviríamos al elemental y a veces tan difícil acto de ponernos de pie cada mañana (Mandoki, 2006; 90).
4 En alusión al constructivismo de cuño freireano, que postula a la Inter-subjetividad mutuamente transformadora de educador-educando, como punto de partida de cualquier relación de aprendizaje.
5 En materia de formación artística el Faro requiere de una revisión profunda de la calidad de su oferta, de los planes y programas que cumple y de los resultados a que se compromete: en esta área hay que consolidar lo mejor de sus experiencias y superar la improvisación, con vistas a articular el proceso interno con otras alternativas...” señala el artículo de Eduardo Vázquez aparecido en la edición especial de Bitácora, con motivo del séptimo aniversario del Faro de Oriente.

Referencias Bibliográficas
Bourdieu, Pierre: 2002; Las reglas del arte. Génesis y estructura del campo literario, 3ª edición, Anagrama, Barcelona.
Bourdieu, Pierre: 1984, Sociología y cultura, Editorial Grijalbo S.A. México D.F.
Foucault, Michel: 1985, El discurso del poder; Gandhi S.A. Buenos Aires, Argentina.
Mandoki, Katia: 2006, Estética cotidiana y juegos de la cultura; prosaica uno; Siglo XXI, México.
Nivón Bolán, Eduardo: 2006, Conaculta; Ciudad de México.
Comunidad del Faro de Oriente: 2006, Normas Democráticas para la Organización del Centro Cultural Fábrica de Artes y Oficios Faro de Oriente.
Eduardo Vázquez Martín: 2007, artículo publicado en Bitácora, publicación de la Secretaría de Cultura del Distrito Federal para el Faro de Oriente.

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